Elogio de la mentira

La última semana quedó sellada con el aguachirle intelectual de Zapatero en La Sexta. Las preguntas fueron precisas. Las respuestas, filfa. A este hombre desteñido no le queda otra grandeza que su exactísima pequeñez. Un amigo llamó al rato de la emisión y con cierto hipo dejó en el auricular una frase al vapor: «¡La izquierda ha muerto!». No, compadre, la izquierda –en España– hace años que no existe. Al menos la izquierda solvente. (Qué lejos ya Julio Anguita). Pues Zapatero no es de izquierdas y nunca lo pretendió más allá del filifí de algunos gestos cardados. El ex presidente ya forma parte de esa ingeniería de la mentira que en la última semana se ha mostrado terca, abundante y vigoréxica.

Un banquero, un ministro atiplado, ciertas radios, y televisiones, y periódicos con titulares de primavera adelantada (en plan Jara y Sedal) aventan rumores de pompa y alegría. Qué espectáculo. Intentan hacer impronunciable lo real. Pero lo real dice que queda mucho invierno y la demolición social no ha culminado. Esa tundra que será la extinta clase media aún está a mitad mientras se van suicidando hombres políticamente por cumplir con el encargo de engañar.

Lo cierto es la calle. Lo táctil es el paro. Lo sonoro es la piqueta contra la Educación y la Sanidad. Contra la Ciencia. Contra la Cultura. Es decir, lo contable es todo aquello que va destejiendo la trama de sus síes y ablanda el almidón de su trilera fantasía. No hay mayor traición a la realidad que la perspectiva, porque intenta hacer de la derrota una victoria aplazada. Este es un país mangoneado y con el alma muy veleta (gozamos también de sindicatos de trinque charcutero) donde se ha decretado a bocajarro la esperanza, prólogo de nuevas cuchilladas. Nos quieren hacer urgentemente optimistas con el obsceno campanilleo de quien promete el regreso al confort. Pero ese discurso forzado es más falso que los decorados de Falcon Crest, que Chulín mantuvo siempre tan limpios.

Cuando Botín exclama en EEUU cosas tan fabulosas hablando en español intuyo que seguimos de oferta y a muy bajo precio. O sea: finge futuro e inventa solvencia. Desconoce que lo falso es lo que queda de una verdad. Y ésta, casi siempre, es provisional. No hay razones para confiar. Como apuntó Gamoneda en Descripción de la mentira: «Ahora mi paz es avergonzarme de vuestra esperanza».